miércoles, 3 de agosto de 2011

El ángel sediento



El ángel sediento

Una ráfaga helada soplaba, llevando consigo ese aroma algo nauseabundo, de aquellos que se alimentan de desesperación, de dolor, de los gritos más desesperados del corazón y el alma mortal, y ella, dueña de un muy sensible olfato lo detectó casi instantáneamente, interrumpiendo sus pensamientos, ese vacío al sentir que ya nada era suficiente, nada la saciaba.
Estaba sentada sobre una roca de un tamaño mediano, en medio de un pequeño riachuelo que afloraba en una pequeña parte de montaña junto a un pueblo, las aguas eran cristalinas y puras, y  su rostro, blanco y pálido era reflejado en ellas.
Lucía un elegante corsé negro con rojo, un rojo muy oscuro, que dejaba apenas ver sus blancos pechos, y su vestido negro y largo, que llegaba hasta sus pies, que no se podían observar, pero que eran delicados y un tanto pequeños,  su rostro era fino y delgado, en él unos ojos de negras y largas pestañas, grandes e inexpresivos, una nariz fina como toda ella, y sus labios cubiertos apenas por un pálido rosa. Sus cabellos color azabache eran bastante largos y lacios; su cuerpo delgado y de pronunciadas curvas, serían envidia para cualquiera, toda ella era una imagen realmente agradable.
Más en ese sitio en medio de ese pequeño bosque sobre el riachuelo, parecía un espectro de épocas pasadas, atrapada en el tiempo, y sí, quizás lo estaba, buscando una forma de satisfacer sus instintos, su necesidad más arraigada, que ya no lograba complacer con su habitual forma de hacerlo.
Ese olor nauseabundo fue quizás agradable para ella, pasando por su mente que la criatura dueña de ese aroma podría ser la salida a su desesperante agonía, se puso en pie, denotándose entonces su alta estatura, y luego algo que visto a los ojos de quien pudiese observarla sería realmente sorprendente, de su espalda crecieron casi mágicamente un par de enormes alas, que extendió con gracia y elegancia, elevando el vuelo.
Una vez en el aire pudo observar el reflejo de la luna sobre el pequeño riachuelo, que conforme ella se elevaba desaparecía tras los arboles, arboles grandes, conservados a pesar de la evidente tala para construir ese pequeño pueblo a sus costados. Desde arriba se observaban claramente las casillas de adobe blanco y techos de teja rojos, una pequeña iglesia en el centro, junto a la plaza, y un pequeño parque que tenía unas cuantas bancas de madera, donde podían distinguirse parejas de jóvenes amantes.
Se elevó y localizó el aroma, aquel aroma que la sacó de su propio sopor, proveniente de una de aquellas casillas, al otro lado del pueblo, una vez en el aire fue cuestión de segundos para que ella estuviese sobre aquella casa, bajando al lado, en un pequeño patio que tenía unos helechos un tanto maltratados por el sol, descuidados al parecer por el habitante de aquel sitio.
Ella asomó su pálido rostro por la ventana, divisando entonces a aquel ser, en plena cena, era un tanto grotesco a la vista, un ser no muy grande, como de un metro y veinticinco centímetros de estatura, con unos cabellos grisáceos, largos y desgastados, su piel también gris y un tanto corrugada, con ciertos tonos verdosos a la luz del candil que estaba encendido dentro de aquella casa, tenía unas largas garras saliendo de sus dedos un tanto gordos pero muy largos, y sus ojos eran como los de un sapo o rana, abiertos, sin perder un detalle de aquel muchacho, con un par de cuernos puntiagudos saliendo de entre sus cabellos.
El joven muchacho que estaba entre las garras de aquel ser denotaba la marca del sufrimiento en su cara, su rostro estaba pálido, con rubor en sus mejillas y su nariz un tanto colorada también, al parecer por tanto llorar, sus ojos un tanto hinchados estaban sombreados de gris y enmarcados con unas pronunciadas ojeras, que sobresalían de sus pestañas.
Con un vistazo al resto de la casa no era muy difícil darse cuenta de lo que sucedía, habían pinturas de él con una bella mujer de rubios cabellos y unos ojos azules chispeantes, la casa desordenada, clara muestra de descuido, los pocos platos en el fregadero sucios, parecía que llevaban días allí y en la pequeña mesa central una carta un tanto arrugada que tenía como título costos fúnebres. Ese joven había perdido a su amante, probablemente su esposa, evidentemente había caído presa de un dolor desolador, desesperanzándose, lo cual llamó al ser que ahora se adueñaba de su espíritu, y pronto de su sangre.
Era claro que aquel joven no era capaz de verlo, solamente sentía como el vacío se acrecentaba en su interior, el dolor y la desesperación, y era claro para ella que ese aumento era provocado por aquel grotesco ser, que se regocijaba con el sufrimiento de aquel pobre hombre. Aquella bestial criatura no se había percatado de la presencia de la chica, que parecía interesada en lo que sucedía, y de pronto un tono rojizo se encendió en sus ojos de vidrio, expectante del siguiente paso, que ella presentía. El joven, claramente agotado, perdía sus fuerzas al tiempo que la bestia le susurraba palabras al odio.
-Ella no regresará, la vida no vale nada sin ella, ella era tu razón de existir, solo resta acabar con tu vida, si, ve, termina con la agonía-

Le decía esto empujándolo hasta el fregadero, para que tomase un cuchillo sucio que se encontraba sobre el mismo. El pobre hombre sollozando, gimiendo agudos gritos de dolor contemplaba en cuchillo, pensando que las palabras en su mente eran suyas, el reflejo de sus sentimientos de profunda soledad y vacío, de desgarradora pena. Finalmente y luego de mucho llorar con el cuchillo entre sus temblorosas y blancas manos se fue hacia una esquina, tirándose en el suelo cuál muñeco de trapo, y ya sin más fuerzas acercó el cuchillo hasta su cuello, poniendo la filosa punta contra el mismo, pero sus manos temblaban, no era capaz; lo cual pareció disgustar al ser que manipulaba los hilos de aquella marioneta huesuda y débil que parecía ser ese hombre.
-Esto fue todo para ti- Pronunció con su voz doble, gruesa y aguda aquel horripilante ser, para tomar el mango del cuchillo, empujándolo con fuerza, clavándolo en la frágil garganta de aquel pobre despojo de ser humano, que comenzó a ahogarse con su propia sangre mientras sonidos desesperados eran simplemente tapados por las burbujas de carmesí dolor.
La mujer tras la ventana presenciaba todo aquello, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, al ver como aquel ser se alimentaba de los borbollones de sangre salientes de la herida, y luego, cuando la luz se hubo ido de los verdes ojos de aquel joven, si, el siguiente paso, la criatura metió su nauseabunda mano en el pecho del muchacho, sacándola nuevamente sin dejar marca alguna en el cuerpo ya inerte, pero entre sus garras y agarrada con suma fuerza, se encontraba el alma del reciente difunto; la cuál metió a su boca, engulléndola con sumo placer y satisfacción, poniéndose en pie, para luego acercarse a la puerta de madera, abriéndola de par en par, saliendo de aquel sitio con un pequeño brinquillo en su paso. Al salir se encontró frente al pequeño bosque, y poco a poco se comenzó a adentrar en él, ella le siguió con sumo sigilo, hasta que quiso hacer evidente su presencia.
-¡Ha sido una buena cena la que has tenido ahí!- exclamó, al tiempo que la criatura volteó la mirada, buscando a la dueña de aquella voz sensual, pero gutural.
-¿Qué es lo que busca una de tu estirpe conmigo?- Dijo observando a aquella mujer de grandes alas tras él.
Ella sonrió levemente ante esa pregunta, más no respondió nada. Solo lo observaba, con sus ojos cuál carmín encendidos, esperando, sabía que no tardaría en reaccionar, y así fue, tras un gruñido aquel extraño y pequeño ser, comparado con ella, se abalanzó sobre la chica que sorpresivamente lo recibió con una espada, que apareció como por arte de magia en una lengua de fuego, proporcionándole una herida que lo traspasó de pecho a espalda con una sola estocada.
-Sabes, ¡esto fue todo para ti!, ¡maldito demonio!- le exclamó al oído para luego tirarlo contra una roca, que se partió en varios pedazos con el duro impacto, rompiéndose uno de los cuernos de aquel ser, que emitió un agudo chillido, capaz de romper los tímpanos a cualquier otro ser a la redonda, más ella ni siquiera se inmutó, se acercó al demonio que intentó escapar, pero ella con un salto quedó frente a él, tomándolo por los cabellos, para luego con su filosa espada decapitarlo, majando el cuerpo y tomando la cabeza sobre su propio rostro, dejando caer la negra sangre saliente en su boca.
Ella saboreaba aquel elixir color carbón, sintiendo aun el sabor de la sangre del joven hombre muerto hacía unos momentos, degustando la energía de su alma, aun en aquella negra sangre, ese era el sabor que necesitaba para satisfacer su sed, había esa noche, encontrado una nueva pasión.
De entre sus ropajes sacó un pañuelo de fina seda bordado con algunas flores, lo tomó entre sus dedos para limpiar la sangre que corría por su cuello y boca, levantándose con la cabeza tomada de aquellos grisáceos cabellos entre sus manos.
-Tú serás el principio de mi nueva colección- Dijo con una mano en su espada y sus magnificas alas extendidas, para luego alzar el vuelo.

FIN                                                                   
                                                                    

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